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Sobre el deseo de escribir

(…) Usted mira hacia afuera, y eso, ante todo, es lo que no debería hacer ahora. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Sólo hay un único recurso. Entre en usted mismo. Explore la causa de su deseo de escribir; pruebe si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón, admita si usted moriría si se le prohibiera escribir. Esto ante todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escri­bir? Excave en sí mismo en busca de una respuesta profunda. Y si oyese un asentimiento, si se encon­trara con un fuerte y simple "debo", construya su vida según esa necesidad; su vida hasta dentro de su más indiferente e insignificante hora debe conver­tirse en señal y testimonio de ese afán. Después acérquese a la naturaleza. Luego intente, como un primer hombre, contar lo que ve y presencia, ama y pierde. No escriba poemas de amor. Evite en un principio aquellas formas demasiado habituales y comunes: esas son las más difíciles, pues es necesaria una fuerza grande y madura para producir algo pro­pio allí donde se acumula una multitud de tradicio­nes buenas y en parte brillantes. Por eso, sálvese de los temas generales, diríjase a aquellos que le ofrece su cotidianidad; describa sus tristezas y sus deseos, los pensamientos pasajeros y su fe en cualquier belleza.

Refiera todo esto con sinceridad profunda, silenciosa, humilde, y utilice para expresarse las cosas de su entorno, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su cotidianidad le parece pobre, cúlpese a sí mismo, dígase que no es lo suficientemente poeta para hacer que sus rique­zas vengan a usted; pues para los creadores no hay pobreza ni lugares pobres, comunes. Incluso si estuviera en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar los ruidos del mundo hasta sus sentidos, ¿no tendría usted aún su niñez, esa deliciosa, magnífica posesión que son los recuerdos? Vuelva hacia allá su atención, intente recuperar las sensaciones hun­didas de ese amplio pasado; su personalidad se con­solidará, su soledad se ampliará y se convertirá en una habitación a media luz frente a la cual pasa, a lo lejos, el ruido de los demás.

Y si de este giro hacia su interior, de este sumergirse en el mundo propio, salen versos, usted no pensará en preguntar si se trata de buenos versos. Tampoco hará el intento de interesar a las revistas en estos trabajos; usted verá en ellos su posesión querida y natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena si nace de la necesidad. En esta característica de su origen está el criterio para su juicio: no hay ningún otro. Por esto, estimado señor, no sabría darle sino este consejo: entrar en usted mismo y examinar las profundidades de las que brota su vida; en esa fuen­te encontrará la respuesta a la pregunta de si debe crear. Admítala como suene, sin interpretarla. Tal vez se demuestre que usted ha sido llamado a ser artista. Entonces asuma su destino y sopórtelo, con su peso y su magnitud, sin pedir jamás una recom­pensa que pudiera venir del exterior. Pues quien crea debe constituir un mundo para sí mismo y en­contrarlo todo en sí mismo y en la naturaleza a la que se ha integrado.

Sin embargo, tal vez deba usted también, después de este descenso en sí y en su soledad, renunciar a ser un poeta (es suficiente, como lo he dicho, sentir que sin escribir sería posible vivir para no deber hacerlo en absoluto). Pero, incluso si esto sucede, esta introspección que le pido no habrá sido en vano. De cualquier forma, su vida encontrará, desde ese momento, caminos propios. Y le deseo, más de lo que puedo decir, que esos caminos sean buenos, ricos y amplios.

¿Qué más debo decirle? Todo me parece puesto en su lugar. Finalmente, sólo quisiera aconsejarle crecer seria y silenciosamente a través de su desa­rrollo, pues no hay forma más violenta de alterarlo que mirando hacia afuera y esperando de afuera respuestas a preguntas que sólo puede contestar, tal vez, su más íntimo sentir en su más silenciosa hora.”

Cartas a un joven poeta - Rainer María Rilke

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